Crónicas Etílicas
Etílicos
vs Baloncesto Gerena.
“Un mago nunca llega tarde, ni pronto, llega
exactamente cuándo se lo propone".
Gandalf
el Gris. ( Y Ramos, que sigue sus instrucciones al pie de la letra)
Los señores oscuros de suroeste de Mordor, aka las mentes pensantes de distrito,
habían dilucidado, no con cierta falta de pretensión malvada, y sin ánimo
alevósico de maltratar a nadie en especial, en seguir usando las pistas
externas de baloncesto de Hytasa para algo más que plantar jaramagos, iniciarse
en el arte rupestre con tiza en el suelo o usarla, la pista, de patinaje artístico, deporte que se puede
efectuar sin problemas y sin necesitar ruedas en los pies. Me imagino la
conversación entre ellos:
—Oye, que todavía hay gente en Sevilla que
quiere seguir jugando a Baloncesto.
— No jodas. Pues nada, ponlos en las pistas exteriores de
Hytasa, a ver si mueren poco a poco entre resbalones y golpes en las gradas.
— Perfecto. ¿A qué hora le pongo los partidos?
—A las 16:00. No vayan a querer dormir la siesta.
— Eres demasiado cruel.
— BWAHHAHAHAHAHAHHAHAHAAA…. Que se jodan… (Mientras acaricia
a su gato)
Visto el panorama, cerré la tienda sobre las 15:00, me monté
en el coche y sobre las 15:10 ya estaba aparcando en las proximidades de
Polideportivo Hytasa (polideportivo porque hay muchas polipistas de tenis muy
bien arregladas, que son las que dejan dinerito)
Como tenía ciertas docenas de gatos en la barriga tarareando el concierto de
Brandeburgo, y considerando que estaba pasando delante del bar Caramba, me dije
a mi mismo que una tapita y una Cocacola light no haría mucho daño antes de
llevarnos una hora corriendo por la pista como si fuéramos cleptómanos en un
Primark sin cámaras. Con gallardía y arrojo me apoyé en la barra cual Manolete
y busqué con mirada risueña los ojos del camarero:
— Shurra, que tenéis de tapas.
— Morcilla, Carne con tomate, caldereta y unas albondiguitas
caseras.
— Dale a las albóndigas, con brío, que llevo prisita.
Ya me extrañó que una congregación de camareros se aunara rápidamente
en la cocina remangándose las mangas y poniéndose el costal, pero nunca hubiera
supuesto que era por mi culpa. Después de unos minutos, pocos, y de la cocacola light con algunas aceitunitas,
el puñado de camareros salían de la cocina portando una bandeja enorme mientras
la banda de las tres caídas sonaban detrás y un negro con dos bongos le daba a
los mismos para que los quince camareros no perdieran el paso.
Encima de la bandeja cuatro albóndigas como balones de
baloncesto y medio kilo de papas, que en condiciones normales se agradecen
mucho, pero que para hartarse de correr detrás de una pelota a las cuatro de la
tarde es de suponer que lo más adecuado no era.
Mientras devoraba la primera, pude divisar a Diego y Franco
que ya iban con las mochilas para Hytasa. Ellos no me vieron porque estaba
detrás de una de las albóndigas, yo si a ellos porque de vez en cuando salía a
la superficie a tomar aire.
Después de comerme la segunda albóndiga y otro puñado de
patatas, desistí de tener a Obelix como referencia culinaria y dejé el resto en
la barra, pedí la cuenta y el barman preguntó extrañado:
— ¿No están buenas
las albóndigas? Has dejado dos.
— Si, lo hago para que le deis de comer a todos los putos
animalitos de Narnia durante seis meses, cabrones, que esto se avisa para venir
uno preparado.
— Pues ya lo sabes.
— Po tomo nota. Taluego.
Dejé el Caramba diciendo adiós con la manita a las albóndigas
y aceleré el paso hasta llegar al polideportivo. Me adentré entre sus vetustas
puertas y me acerqué a las pistas exteriores de baloncesto, donde solo había un
grupillo de chiquillos adolescentes vestidos de color celeste y un señor calvo
jugando a la pelota con dos niños. Ni Diego ni Franco. Qué raro, coño. Un halo
de esperanza acudió a mi cabeza y pensé que lo mismo habían cambiado la pista e
íbamos a jugar en el pabellón destinado – éste si- para jugar a Baloncesto como
hay que jugarlo. En interior, sin corrientes de aire fresquito de Febrero
arremolinándose entre las canillas y sin pista resbaladiza cual nivel Boss de
Mario Bros.
Pues no, en el pabellón tampoco estaba el equipo. ¿Serían
las albóndigas alucinógenas y me estaban jugando los sentidos una mala pasada?
Salí del pabellón ciscándome en los rilis de todo lo rilable
porque además el pabellón está a tomar por culo de las pistas exteriores y
andar para nada, a estas alturas de la vida, no es aconsejable ni sano. Saco el
móvil y veo un mensaje.
— Negre, que te has pasao.
Vale. El señor calvo que jugaba con los niños era Nata, uno
de los últimos fichajes del equipo de viejas glorias que todavía podían correr
diez metros sin pedir el habeas corpus. Pensé entonces en lo mucho que hago que
no voy a revisarme la vista. El oculista debe tenerme en busca y captura. O eso
o en las gafas llevaba grasa para untar los raíles del AVE Sevilla- Macedonia
para que no chirríen.
Observé atentamente las gafas y procuré hacer un balance instantáneo
de entradas-salidas de flujo monetario bolsillil, porque me toca cambiarlas.
Hubiera preferido la mierda en los cristales.
Mierda de gafas.
Mierda de ojos
Mierda de País.
Bajé las orejas, avergonzado y me introduje en la jaula –
porque son jaulas, putas jaulas donde los gladiadores miran al árbitro y hacen
juramentos donde prometen que van a sobrevivir al tormento de jugar en pistas
de horribles condiciones sin descoyuntarse o inmolarse sobre las rejas que
dividen las pistas- número dos, que era donde tocaba “jugar”. Allí estaba Nata,
con los peques.
Nata es una persona alegre, tanto que la última vez que
dispuso una sonrisa en su rostro hicieron una fiesta en su honor en el pueblo,
tan alegre que el Coco cuando quiere que se duerman sus niños les dice.- a
dormir, que viene el Nata.
No, de verdad, es que parece muy serio. Tanto que podría hacer
llorar a Montoro al hablar de economía. Tanto que lo echaron de la cárcel
porque daba miedo a los demás reclusos. Tanto que de pequeño el hombre del saco
entró en su casa a asustarlo y al verlo, rompió el saco, le dio la mano, pidió
perdón y se fue de misión a Kenia a
salvar elefantitos con trompitas enrocadas.
Entre la incipiente calva – elemento casi indispensable para
poder jugar en el equipo- los tatuajes rusos que lleva y esa carita de pitiminí
tan risueña y pizpireta, te pide la hora y le das la cartera, un pulmón, la
mujer, el reloj y el número de cuenta
bancaria porque al fin y al cabo la vida son dos días y no merece la pena perderla
en la flor de la misma.
Al rato fueron llegando el resto de inútiles jugadores.
Diego y Franquito que venían del vestuario, cogidos de la mano y saltando
alegremente cual locuelas en un campo de fresas. Luego Macías (presidente
honorario del club de calvos de la provincia) y Kike, otro elemento novedoso en
el equipo. Un rifle Winchester de repetición del 73 al que todavía le queda
pelo porque es más jovencito que el resto, que tiene cara de bueno – se llama
Kike, coño, a ver si conoces tú a una persona que se llame Kike y no tenga
rostro de oso amoroso. O que sea asesino en serie. Una persona que se llame
Kike no puede ser malo, pagará todos los impuestos, no aparcará nunca en doble
fila y donará su cuerpo a la ciencia cuando expire-
Al momento un haz de luz se precipitó sobre la cancha y de
su interior apareció Luisma, que venía de recoger a la familia de Ganimedes y
como con el platillo volante no llegaba, se decidió por la
teletransportación.
Y al rato, y por último, para variar, Ramos – música de
tuba, por favor.-
Hacemos el intento de pelotear un rato para calentar, si es
que en Febrero jugando en exteriores se pudiera entrar en calor. No se calienta
ni Nacho Vidal en una convención de Playboy. Desistimos y comenzamos a tirar
triples desde ocho metros, que no entran nunca pero coño, cansa menos.
En el otro lado de la cancha, unos chiquillos adolescentes vestidos
de celeste que nos miraban con cierto respeto. Menos a Nata, nadie puede mirar
los ojos de Nata y no perder la cordura para siempre.
Era el típico equipo
de gente muy joven que vienen por raleas, en manadas de diez o doce jugadores,
que corren mucho y se cansan poco. Y un señor que era el Anacleto de Vázquez
vestido con chándal y gorra de buscador de pokemons, con muchos años de más en
el cuerpo y que por lo visto era el
entrenador de los zagales.
Decidimos quienes entran en quinteto por el método de la
pajita más corta y se quedan fuera Ramos, que no tenía prisa por moverse
demasiado y Nata, que estaba recuperándose de una vasectomía (Un saludo al
cirujano que haya tenido el valor de tocarle los huevos a Nata y no morir entre
terribles sufrimientos)
Salimos en el quinteto, éste que suscribe, Diego-cop, Macías-
yo no me peino, no me hace falta-, Luisma- he visto cosas que vosotros no creeríais-
y Kike- ¿ A que huelen las nubes? Sonrisa, guiño, sonrisa, icono de florecita)
-
Como Diego venía sin armadura ni los turbocompresores que su cuerpo de
ciborg de saldo apenas le mantienen con vida debido a su senectud, es Macías Primero
de Calvania y quinto de Alopecia el que
se dispone a saltar (es un decir) en el centro del campo. En apenas dos
segundos ya íbamos perdiendo 0-2. Ni la matrícula le vimos al que recogió el
balón del salto.
Después del susto, sacamos y comenzamos el primer cuarto haciendo lo que
mejor sabemos hacer, jugar andando y defender sutilmente con la mirada y
comprobamos que, a pesar de ser jóvenes, rápidos, eficientes, peinados y
ordenados, el equipo de chavales lo más redondo que habían visto en su vida era
una galleta campurriana de María Fontaneda. Vamos, que mucho coraje, mucha equitación,
mucho entrenamiento, mucho entrenador invocando a Pikashu te elijo a ti, mucho jalearse
e intentar jugar duro y muchas novias de los chavales rugiendo en los
banquillos como ultras rusos borrachos de Vodka después de una inspección de
Hacienda, pero lo que es jugar al
baloncesto, ni en la XBOX, macho. Más malitos que un bocata de carne de
pescuezo de ñu. Así que nos dejamos llevar, Kike saca el rifle y nos vamos de
seis u ocho puntos en el primer cuarto, casi sin correr.
En el segundo cuarto hacemos un par de cambios, sale Ramos, desperezándose
como diciendo ¿dónde estoy? Y sale también Nata, que acababa de desollar una
rata que había atrapado con los dientes. Yo deduje que después de fallar todo lo
que había tirado, pensado y/u omitido, mejor estar en el banquillo jugando al
Clash of Clans con el móvil que seguir haciendo el ridículo en el campo. La hora,
la pista, las albóndigas y el balón de plástico que votaba más que un salido en
una cama redonda de un club de intercambios, por no decir que uno ya no puede
casi ni con el culo, hacían una amalgama de posibilidades ciertas de terminar
el partido como payaso de Mcdonalds más que como jugador de baloncesto, así que
cerré los ojos, activé el modo Zen, y dejé que el tiempo pasara como cuando
pulsas el FFcue en un video VHS.
Terminamos el segundo cuarto empatados a puntos, pero siendo
conscientes que esto estaba ya ganado, porque no habíamos hecho prácticamente
nada bien y estábamos en el partido. Alguno ni había roto a sudar. Para colmo
al entrenador de Pokemons se le fundió una válvula, comenzó a vociferar como un
gorrino en un matadero al gentil, amable, sincero, agradable y, por qué no
decirlo, elegante árbitro – que lo mismo lee esto, coño ya- y lo expulsó fuera
de la jaula, dejando a los mazapanes celestes sin voz cantante para llevar las
riendas del, por otro lado, un poquito deficiente equipo de baloncesto. Lo
mismo para coger moras rojas en los valles perdidos del interior de la
península sí que sirven. De momento, para dar la cara ante los perros viejos de
la liga, nop.
Nada más empezar el tercer cuarto ya intuimos lo que iba a
pasar, que se iban a poner nerviosos y acumular faltas, que iban a pegar
pedradas a los ya maltrechos tableros de la mierdi-pista número dos de los
exteriores de Hytasa y que, a poco que nos esforzáramos un pelín en defensa
esto estaba ganado. Y así fue. Paseo militar para llegar al último cuarto con
los deberes hechos, con la distancia en el marcador, con todo el equipo
anotando – hasta yo- y llegando al final con el freno de mano echado y locos
por irnos a las duchas para echarnos jabón y frotarnos las espaldas, pero sin
mariconeos.
Al final, ganamos de diez o doce puntos, de tranquis, sin
pasar apuros y celebrándolo en el Caramba, entre cervezas y cafeses. Y a otra cosa
mariposa.
LO MEJOR:
- Otra victoria pal saco, que quieras o no, ganar mola.
-Nata ha sonreído y le han cogido puntos en el rostro en el
ambulatorio.
-Las palmeras del Caramba tienen la misma superficie que el
desierto del Gobi.
- Que no se pierda el buen rollo, ahora que lo hemos
reencontrado. Os quiero, mamones.
LO PEOR:
- A Diego le han hecho un lifting en la cara de un manotazo,
pero al final ha sobrevivido. Y Macías ha sonreído para adentro. Que estilo.
- El peinado de Ramos, cambia esos putos caracoles ya, coño
- Todo lo que tenga que ver con Kike. Que manía le estoy
cogiendo.
- y ya está. A cascarla.
Antoño Negrete.