A Jose.
Tengo un amigo. Al que quiero mucho. Y se lo digo poco. Se lo
digo poco porque nuestra generación es más de abrazos y brindis de cervezas que
de palabras sinceras; menoscabamos el
ideal del cariño, del amor, por hacernos más hombres, más duros, pero menos
sinceros y acabamos enrocándonos en nuestra propia dureza antes que soltar
prenda. Y entonces callamos y no entendemos que los sentimientos son para
expresarlos, para regalarlos, para compartirlos, y a veces se nos hace tarde y
solo rogamos que en la distancia el mensaje haya sido entendido y el cariño,
aun no mostrado, sea correspondido.
Tengo un amigo, al que quiero mucho, y quizás lo dije poco.
Pero te echo de menos, en nuestras guerras de puestos, en la
técnica y los entrenos, en los chascarrillos de la taberna improvisada que es
un bar cualquiera donde nos aposentamos, en el día a día de la lejanía que da
la vida, que nos separa en caminos, pero en que cierto modo nos enseña que
nadie se va verdaderamente cuando acude a una llamada de teléfono, a un correo,
a un grito de guerra, al miércoles que nos dora la existencia y nos da la vida,
nos aparta de malos momentos y de los malos pensamientos. Aunque ya no brille
tanto, ahora que se ven menos las estrellas.
Tengo un amigo que es un sol eterno, un recuerdo perpetuo,
un tesoro escondido, que me enseña que nada es importante salvo la fuerza de la
supervivencia, el tesón, el amor cualquier cosa que ames; a un deporte, por ejemplo, que solo puede ser sinónimo de confianza y
compañerismo; familia, al fin y al cabo, aunque los apellidos no se enreden y
los nombres ya no sean importantes. El cariño se hila con paciencia, tiempo,
placer, dolor y sentimientos, y espero que el bordado haya sido, por lo menos,
sincero.
Tengo un amigo filósofo en la vida que creó una familia para
el resto, que desdeñó su propia importancia en esa familia para que cada vez
fuera más grande y hermosa, y plural, que dio entrada a su rebaño a ovejas
negras, hasta propios oponentes que más tarde aprenderían a darle su lugar. Que
generoso, que grande, que te quiero.
Tengo un amigo que se me escapa como arena por la punta de
los dedos, y es tan injusto que no hay palabras o lágrimas para describirlo, no
las encuentro, e intento asimilarlo porque cada dolor suyo es dolor nuestro, cada
caída o remontada, cada anhelo o espera ha sido una muesca en nuestra madera,
en nuestro cuerpo, en nuestra alma. Ahora que ya todo ha pasado dudo entre
ahogarme en lágrimas o sufrir la alegría velada de saber que descansas plácidamente
en un tiempo muerto, agotado, pero sonriente, porque tu victoria es hacernos
entender que ser fuerte no es ser rápido, o ágil o duro, o dotado. Tu victoria
nos enseña que la fuerza, la amistad, el amor y todo lo que representa se nos
regala en envoltorios inesperados, en pequeñas dosis, escondidas, que hacen que
apenas te des cuenta de lo importantes que son las personas que tienes a la
vera, los pequeños detalles que antes no eran importantes y que ahora serán
emblema de nuestra historia, como tu recuerdo entre nosotros.
Tengo un amigo que hace que mis lágrimas sean dulces, porque
a pesar de la tristeza que es perderte nos has dado vida, nos enseñas que todo
a lo que dedicábamos esfuerzos no son nada más que coeficientes baldíos de una
vida efímera que nos abandona cuando
menos lo esperamos. Nos das fuerza e intentamos perdonarnos cuando entendemos
ahora que aquellos dolores que nos daban risa ahora son dolores que nos dan
rabia, que somos menos importantes de lo que creemos. Que la vida es un suspiro
que se toma con una cerveza en la mano y que la persona que menos esperas es la
que consigue que la muerte se aleje lo suficiente como para que te admire y,
entonces, solo entonces, te mire a los ojos y reconozca que hasta cuando uno
pierde tiene que ser un caballero y dar la mano, aceptar el destino y sacar
pecho de las batallas ganadas. Te admiro.
Tengo un amigo, un verdadero amigo que a partir de hoy será eterno, para
nosotros, para siempre.
Te queremos Jose, Nos vemos el miércoles, después del entreno, en el bar.
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